Por: Néstor A. Giraldo Mejía

Plaza llena y los toros de Garcigrande, nobles y descastados con excepción del primero que permitió faena memorable de Morante de La Puebla en la décimo séptima corrida de la Feria de San Isidro.

La catedra de Morante de La Puebla enseño hoy en Madrid, la naturalidad, la lentitud, la estética, el empaque, el valor, el conocimiento y el abandono en cada lance con la capa y cada pase con la muleta. Las verónicas con su sello de remate en la media y los muletazos templados por derechas e izquierdas con trincherillas mágicas, dejó esparcido ese aroma de arte por toda la plaza. El ejemplar de Justo Hernández, hay que resaltarlo por su nobleza y entrega en las ejecuciones del cigarrero. La pena fue la tardanza en el efecto de la espada que quedó atravesada con tres descabellos que, a pesar de la petición, la presidencia se resistió a otorgar el apéndice. Ovación. Sin opciones el cuarto con el que abrevió el diestro sevillano. Espada efectiva. Bronca.

Quieto inició por alto su labor de muleta Alejandro Talavante a un ejemplar con muy poca transmisión, pero noble que le dejó a Talavante interpretar una faena aseada en cada muletazo por el temple que imprimió toreando por los dos pitones. La estocada le cayó en los blandos. Silencio. El quinto tampoco llenó las expectativas y se diluyó su casta muy rápido sin dejar al torero poder manifestar su vena artística. Silencio

El tercero para Tomás Rufo fue un toro noble con embestidas descompuestas, y con muy poco fondo de bravura durando escaso tiempo en la muleta del diestro. Estocada en segundo intento. Silencio. El sexto sin fijeza, sin humillar, sin transmisión con nobleza, logró someter el toledano, en naturales y derechazos templados al ejemplar siendo lo más destacable de la faena sin llegar a tomar vuelo. Estocada desprendida. Silencio.