La primera parte de la corrida en Jaén había transcurrido sin nada especial para destacar con toros mal presentados de Domingo Hernández, hasta que el cuarto bis de Sancho Dávila dejó a Morante de La Puebla expresar todo su sentimiento volcándose en una auténtica sinfonía silenciosa de arte para componer una obra de quietud, armonía, profundidad, técnica, estética y repentismo artístico. El toro de mejor condición tuvo calidad y repetición en las embestidas para dejarse ligar los muletazos del espada andaluz. La estocada se catalogó como perfecta quedando en todo el hoyo de las agujas y la algarabía de los aficionados no se dejó esperar para reclamar los dos apéndices y la vuelta al ruedo al buen toro. En su primero ya había cobrado una oreja.

Los siguientes ejemplares, quinto y sexto del hierro titular de Domingo Hernández tampoco lucieron dejando a Emilio de Justo y Juan Ortega sin opciones de triunfo mostrando solo detalles y buena voluntad de agradar a la parroquia de Jaén.