RECUERDOS DEL SEGUNDO “CALIFA DE CORDOBA”
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- 22 febrero, 2021
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Rafael Guerra Bejarano “Guerrita” el segundo “Califa de Córdoba” se le recuerda porque este domingo 21 de febrero se cumple el octogésimo aniversario de su muerte acaecida en su Córdoba natal a la edad de 78 años en 1941.
Por: Leopoldo Portilla Mesa.
Dicen los cordobeses que el recuerdo de este grande torero lo mantienen en silencio, sin olvidarlo jamás, por la heredad que dejó en la profesión. Al parecer una costumbre de los habitantes que también sienten el orgullo de contar con tres Califas más. Córdoba la ciudad bimilenaria que fundó Roma a orillas de Guadalquivir recuerda a sus hijos ilustres de forma distinta a lo que lo hacen en otros lugares. Sin embargo, una cosa es evidente, La efemérides del “Guerra” es reservada.
A pesar del mutismo cordobesista la historia tiene un apartado que enaltece la labor de Rafael Guerra “Guerrita” que se constituyó en un patriarca de una extensa familia, rico hacendado, senequista, torero todopoderoso y cordobés singular. Muchos tienen en mente las sentencias, las anécdotas o, tal vez, la mala fama que le colgaron los revisteros del Foro. Rafael nació en el barrio del Matadero Viejo, auténtica zona cero de la torería cordobesa, el 6 de marzo de 1862. Tras las reticencias iniciales de su familia encamina su vida hacia el toreo, donde destaca en cuadrillas cordobesas por sus grandes habilidades como banderillero. En 1882 es contratado por Fernando Gómez El Gallo para su hueste y su fama trasciende a la de su maestro, convirtiéndose en una celebridad. Los ojos del primer Califa, Rafael Molina Lagartijo, se posan en él y lo ficha con la idea de convertirlo en su sucesor. El 29 de septiembre de 1887 toma la alternativa en Madrid de la mano de Lagartijo en una de las jornadas con más expectación que se recuerdan en la historia de la tauromaquia. El toro de la alternativa, Arrecío, de Francisco Gallardo. Su poderío delante de los toros, su conocimiento de los mismos y su gran forma física lo colocan en la cúspide del toreo hasta su retirada en Zaragoza el 15 de octubre de 1899. Desde su Club Guerrita (los ochenta años de su desaparición se conmemoran en una semana), auténtica Meca del toreo durante 45 años, dictó sus sentencias, que llegaban a todos los rincones del orbe taurino hasta su fallecimiento, hace este domingo 21 ochenta años.
Mata su primer novillo el 18 de octubre de 1878 en la plaza de Andújar y el 26 de junio de 1879, se presenta en Madrid con el apodo «Llavérito». Integrado en diferentes cuadrillas, en 1885 ingresa en la cuadrilla de Rafael Molina «Lagartijo» donde tras dos años de aprendizaje, toma la alternativa en la Plaza de Madrid de la mano del Lagartijo, el 29 de septiembre de 1887. Durante los siguientes doce años, compartió hegemonía en el mundo del toreo con Lagartijo y con Frascuelo, hasta que sin previo aviso, se retira el 15 de octubre de 1899 en la plaza de toros de Zaragoza.
“Guerrita” es una figura clave sin la que no se entiende el devenir del toreo. Su influencia, que queda patente en la Tauromaquia de 1896 de la que es el director técnico, es notoria en tanto en cuanto no se puede entender el toreo moderno sin la llamada dictadura del Guerra. Como aseguran algunos autores, Guerrita es la culminación de la tauromaquia ochocentista y antes y después de él nada vuelve a ser igual. Muchos lo interpretan en el sentido negativo, asegurando que su reinado en la cumbre fue una catástrofe para la Fiesta y que desde Rafael II todo ha degenerado. Sin embargo, es evidente que los primeros pasos, el primer esbozo, de la tauromaquia moderna, que se alumbraría en la Edad de Oro del toreo con Joselito y Belmonte y que alcanza su madurez con Manolete, los da Guerrita. El segundo Califa ya solo vive en nuestra memoria, que es lo que hacen las leyendas. Alguna vez una foto, una crónica, la anécdota más conocida o, incluso, un vídeo, nos puede llevar a un determinado momento en el que se pueda romper del todo el silencio cordobés y gritar: ¡Viva El Guerra! Está considerado uno de los grandes toreros cordobeses, pero también es recordado por su particular personalidad, la cual acentuaba con frases coloquiales y populares. Algunas de estas conocidas frases que se le atribuyen son: «ca uno es ca uno» (cada uno es cada uno), o «Hay gente pa tó» (hay gente para todo).