• 16 septiembre, 2025

LA TAUROMAQUIA EN COLOMBIA: UN DEBATE MÁS ALLÁ DE LA ARENA

Por: Khalid Velasco

Avanti Abogados Sas

En Colombia, la tauromaquia ha sido históricamente un escenario de encuentro cultural y social, pero también un espacio de confrontación ideológica que despierta pasiones a favor y en contra. Más allá de los argumentos emocionales, vale la pena detenerse en su impacto sobre los sectores ambientales, sociales, políticos y económicos para comprender por qué este debate continúa vigente.

En el plano ambiental, los animalistas de escritorio suelen señalar el sufrimiento animal como un punto crítico, apelando a la necesidad de construir una ética más responsable frente a otras especies. Sin embargo, rara vez se discute el papel que las ganaderías de lidia desempeñan en la conservación de ecosistemas. Son precisamente tan solo unos pocos de los puntos que se ponen sobre la mesa en las plenarias citadas por animalistas para argumentar la prohibición, sin tener en cuenta absolutamente nada de fondo… no les interesa aprender y se sumergen en la ignorancia con argumentos vacíos sin fundamentación e inclusive pasando de largo el problema que realmente acarrea la protección animal… los mataderos.

Pero personas como Esmeralda Hernández o inclusive Juan Carlos Lozada, entre otros exponentes animalistas. Se esconden detrás de discursos emocionales vacíos, totalmente alejados de la realidad. Sin tener siquiera en cuenta las cantidades por ejemplo de: pollos al año que se sacrifican para consumo, cerdos, reses, corderos, etc. Inclusive los mataderos no garantizan la salubridad de cada animal, simplemente se rigen por oferta y demanda.

Los toros bravos requieren grandes extensiones de tierra para su crianza, lo que ha permitido la preservación de pastizales, bosques y fuentes hídricas. En muchas regiones, estas haciendas han evitado la deforestación y la sustitución por monocultivos intensivos. Paradójicamente, la existencia del toro bravo y de sus paisajes asociados depende directamente de la continuidad de la tauromaquia.

Desde el ángulo social, la tauromaquia es más que un espectáculo: es una práctica cultural arraigada en ciudades como Bogotá, Cali, Manizales o Medellín, inclusive en muchos municipios en todo el país. Ha moldeado identidades locales y dinámicas comunitarias. Las ferias taurinas se convierten en puntos de encuentro que integran distintas generaciones y sectores sociales. No se trata únicamente del ruedo, sino de la vida alrededor: las tertulias, la música, el turismo, la gastronomía y el fortalecimiento del sentido de pertenencia. En tiempos en los que Colombia enfrenta profundas fracturas sociales, no es menor el valor de mantener tradiciones que generan cohesión y diálogo intergeneracional.

En el terreno político, el tema se ha transformado en una bandera ideológica. Sectores progresistas han buscado prohibirla en nombre de los derechos de los animales, mientras que otros defienden la libertad cultural y artística. El asunto trasciende la plaza de toros: revela la tensión entre el Estado regulador y la autonomía de las comunidades para decidir sobre sus prácticas. La discusión sobre la tauromaquia pone a prueba la capacidad del sistema democrático para reconocer la diversidad cultural sin que la imposición de una sola visión se traduzca en la anulación de otras.

Por último, el impacto económico es innegable. Cada temporada taurina mueve miles de millones de pesos en boletería, turismo, empleo y actividades asociadas. Desde los vendedores hasta los hoteles y restaurantes, la cadena de valor beneficia a sectores populares y empresariales. En ciudades como Manizales, la feria taurina representa un motor económico de primer orden, atrayendo visitantes nacionales y extranjeros. Prohibirla, sin ofrecer alternativas de igual magnitud, implicaría un golpe considerable para economías locales que dependen de estas celebraciones.

En conclusión, la tauromaquia en Colombia no puede reducirse al simple dilema entre “tradición” y “crueldad”. Es lo más culto que tiene el ser humano; pero que toca fibras ambientales, sociales, políticas y económicas. Ignorar estos matices sería empobrecer el debate público. La pregunta que deberíamos hacernos no es únicamente si la tauromaquia debe existir o no, sino cómo construir un modelo de país que concilie la protección animal, la libertad cultural, la sostenibilidad ambiental y la justicia social. Solo así podremos avanzar hacia una decisión que no sea producto de la imposición, sino del consenso informado y respetuoso de nuestra pluralidad.

Es corolario práctico, entender y dar certeza de la importancia de la Tauromaquia en nuestro país. Tal como lo decía Camilo José Cela: “El toreo es un arte misterioso, mitad vicio y mitad ballet. Es un mundo abigarrado, caricaturesco, vivísimo y entrañable el que vivimos los que, un día soñamos con ser toreros.”

O inclusive como dijo Federico García Lorca: «Los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo«. No podemos ser ajenos a la grandeza del Toro de Lidia y su papel fundamental en la Tauromaquia.

«No es maltrato obtener huevos de las gallinas, jamones del cerdo o velocidad del caballo. Todos esos animales no son fruto de la mera evolución sino del designio humano. Tratar bien a un toro consiste precisamente en lidiarlo«. – Fernando Savater

A todos aquellos anti taurinos les replico las palabras de Sabina: “No hablen ni de ecología ni de amor a los animales”. Si no quieren los toros, pues que no vayan!

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