• 9 octubre, 2025

LA TAUROMAGIA

Por: Nestor Giraldo Mejia.


Por: Khalid Velasco – Avanti Abogados

En un mundo cada vez más apresurado, donde la inmediatez borra la capacidad de asombro y la banalidad arrincona a la trascendencia, existe un arte milenario que resiste como un faro de espiritualidad, de belleza y de verdad: LA TAUROMAQUIA. O mejor dicho, como deberíamos nombrarla desde lo más hondo de nuestra alma, LA TAUROMAGIA. Porque lo que allí acontece no es solo un espectáculo, ni un rito social, ni una tradición cultural. Es, en esencia, un encuentro entre el ser humano y el misterio de la vida, entre la fragilidad y la fuerza, entre la muerte y la eternidad.

LA TAUROMAGIA no se entiende con frías razones, ni se mide con estadísticas. Se siente en lo profundo del espíritu, porque nos confronta con aquello que tratamos de olvidar: nuestra propia vulnerabilidad y, al mismo tiempo, nuestra infinita capacidad de elevarnos por encima de ella. Frente al toro bravo, el hombre no es un verdugo ni un mero ejecutor: es un creador de belleza, un sacerdote del valor y de la estética. El ruedo se convierte en un templo donde el arte y la sangre, la música y el silencio, la valentía y el miedo, se funden en un mismo lenguaje universal.

Muchos me preguntan: ¿qué aporta la tauromaquia al ser humano? La respuesta no está en la superficie, sino en la interioridad. LA TAUROMAGIA nos enseña el valor de la dignidad frente a la adversidad, la importancia del honor, la belleza del sacrificio y la grandeza de la entrega. Un torero, al exponer su vida, nos recuerda que el arte verdadero no es cómodo ni superficial: es arriesgarlo todo por un instante de perfección, por un momento de verdad que quedará grabado en la memoria colectiva. Esa enseñanza, silenciosa y profunda, hace mejores a los pueblos y más sensibles a los individuos.

Desde la mirada espiritual, LA TAUROMAGIA despierta virtudes que trascienden la arena. El respeto por la nobleza del toro… un animal único, criado para la gloria del combate. Enseña a mirar la naturaleza con reverencia y solemnidad. La emoción de la faena nos recuerda que la vida solo cobra sentido cuando se vive con intensidad, con riesgo, con pasión. Y la liturgia de la corrida nos invita a cultivar la paciencia, el silencio interior y la contemplación, tan escasos en nuestra época.

Hay quienes ven en LA TAUROMAQUIA únicamente la crudeza de la muerte. Pero lo que allí se revela es, en realidad, la magia de la vida, la grandeza de un instante que no se repetirá jamás. Como en una metáfora de nuestra existencia, el toro y el torero nos muestran que todo lo valioso implica entrega, que todo lo eterno se conquista en un instante de coraje, y que el arte no es verdadero si no nace del riesgo de perderlo todo.

Por eso, hablar de TAUROMAGIA es hablar de un camino de transformación personal. Quien se abre a este arte no sale indiferente: aprende a mirar el mundo con mayor sensibilidad, a valorar la belleza de lo efímero y a respetar la fuerza indomable de la vida. LA TAUROMAGIA no embrutece, como algunos pretenden señalar; al contrario, humaniza, porque nos pone frente a lo esencial, frente a lo trascendente, frente a la emoción que nos sacude y nos hace conscientes de que estamos vivos.

El ruedo es un espejo en el que vemos reflejadas nuestras propias luchas interiores: el miedo y el valor, la oscuridad y la luz, la caída y la gloria. Y en ese espejo, cada uno de nosotros puede reconocerse, inspirarse y crecer como ser humano. Esa es la riqueza espiritual de la fiesta: no es solo el arte de lidiar a un toro, es el arte de lidiar con la vida misma.

LA TAUROMAGIA es, en definitiva, un canto a la libertad del espíritu, un recordatorio de que el hombre, cuando se enfrenta con nobleza y belleza al destino inevitable de la muerte, alcanza su verdadera grandeza. Por eso, mientras exista un corazón capaz de emocionarse, mientras haya un alma dispuesta a contemplar lo sublime, LA TAUROMAGIA seguirá siendo una fuente inagotable de valores, de espiritualidad y de humanidad.

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